Past Lives y Los Años Nuevos: dos miradas contemporáneas del amor

Past Lives y Los Años Nuevos: dos miradas contemporáneas del amor

Hablar sobre el amor nunca es sencillo.

¿Cómo poner en palabras todo lo que implica este sentimiento tan subjetivo, relativo, ajeno y, a la vez, tan presente (y ausente) en nuestras vidas? El Diccionario de la Real Academia Española lo define como un «sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser».

Es una definición poderosa: somos insuficientes, no estamos completos.

En lo personal, me parece una idea un poco anticuada, incluso egoísta. Pero tal vez el amor es —y siempre ha sido— egoísta. Parte del yo (ego) para llegar al otro.

En ese sentido, el amor es un puente, y lo que sucede en ese puente es lo que realmente le da sentido.

Pero no vengo aquí a hablar sobre el significado del amor, sino de una forma de verlo que me hizo temblar de emoción, como la primera vez que vi Eterno resplandor de una mente sin recuerdos hace 20 años.

De hecho, no es una, sino dos: una en la película Past Lives y otra en una serie española que acaba de emitirse en Movistar Plus+, Los años nuevos.

Ambas son historias que nos permiten ver el amor no desde la carencia, sino desde el tiempo, desde un presente que nos ayuda a entender lo que ocurre en cada puente, en cada amor romántico que atraviesa nuestras vidas.

Baby, don’t hurt me

Escena íntima de Los Años Nuevos (Movistar Plus+) donde Ana (Iria del Río) y Óscar (Francesco Carril) comparten un momento de complicidad en el sofá. La pareja protagonista aparece recostada bajo una manta marrón, con un sofá verde de fondo y una iluminación tenue que enfatiza la intimidad del momento. Sus miradas cercanas y gestos naturales capturan la cotidianidad del amor que retrata la serie

Vivimos en una época compleja.

No nos permitimos vivir el presente porque siempre estamos pensando en lo que vendrá: lo próximo que necesitamos o creemos necesitar. Es la mentalidad de consumo, la vida como una suma de cosas y experiencias que devoramos para darle paso a lo siguiente, a lo próximo.

Que incluso el amor, una de las experiencias humanas más complejas y definitorias, entre en esta lógica de consumo es, literalmente, descorazonador.

No sentimos amor, lo tramitamos. Queremos tomar lo mejor: lo físico, el encanto, la magia, la ensoñación y eliminar cualquier atisbo de dolor o contradicción. «Como si —tal cual lo decía Cortázar en Rayuela— se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio».

Pero ahora que lo pienso, esta idea también es problemática. Concebir el amor como un acontecimiento, como un huracán que te sorprende sin aviso y te cala hasta los huesos, también es una forma de quedarse en el concepto.

Porque el amor pasa, simplemente, pasa. A veces —la mayoría de las veces— sin el estruendo de nuestras expectativas desbocadas. Eso es, precisamente, lo que nos muestra el director español Rodrigo Sorogoyen en Los años nuevos.

Durante diez capítulos, vemos la vida de Ana y Óscar: cómo cambia su relación, cómo se enamoran, se pierden, se reencuentran y finalmente se liberan, todo a través de un formato que, para mí, es una genialidad.

Sorogoyen nos sitúa en momentos clave de sus vidas cada 31 de diciembre y 1 de enero, desde que se conocen en 2014 hasta que los vemos por última vez en diciembre de 2024. Un slice of life: sin contexto, sin explicaciones. Solo ese momento. Ese presente en sus vidas y en su relación. A veces juntos, a veces no. A veces amándose, a veces no.

Esa intimidad, tan cruda como universal, convierte esta historia en algo profundamente humano. No hay una visión idealizada del amor. A Sorogoyen no le tiembla el pulso al mostrarnos sus momentos aburridos, sus silencios, sus discusiones, sus errores, sus escenas de sexo cotidianas sobre el sofá.

Si esta historia te conmueve, es porque se siente como algo que cualquiera de nosotros pudo haber vivido.

Y esa es, precisamente, su idea central: el amor pasa y es todo lo que pasa. Lo bueno y lo malo. Todas las etapas por las que transitamos como pareja. Todo el proceso. Todas las decisiones que tomamos. Incluso cuando el amor se acaba. Incluso cuando el amor no empieza…

All of me

Escena nocturna de Past Lives (2023, A24) donde Hae Sung (Teo Yoo) y Nora (Greta Lee) mantienen una conversación íntima. Los protagonistas se miran de perfil con intensidad, él viste una camisa a cuadros y ella un conjunto negro con detalles brillantes, mientras un fondo de persianas azules metálicas crea una atmósfera urbana y melancólica característica de la película.

Un amor que no empieza, al menos no de la forma en que los espectadores estamos acostumbrados, es justamente lo que encontramos en Past Lives, la ópera prima de la directora canadiense de ascendencia surcoreana Celine Song.

A diferencia de Los años nuevos, esta es la historia de dos amigos: un niño (Hae Sung) y una niña (Nora) que se separan en su infancia y se reencuentran siendo adultos.

También aquí vemos diferentes momentos de sus vidas: su infancia en Corea del Sur, su reencuentro virtual como adolescentes (ella en Canadá, él en Corea) y, finalmente, su reencuentro físico en Nueva York 24 años después, cuando sus vidas ya han tomado rumbos diferentes.

La mujer que Hae Sung encuentra no es solo la niña de la que se enamoró, sino una mujer coreo-canadiense con un matrimonio y un proyecto de vida completamente ajenos a su realidad en Corea.

Song, al igual que Sorogoyen en Los años nuevos, no nos presenta una visión idealizada del amor, el concepto típico de las almas gemelas o destinadas a amarse para siempre, sino simplemente la realidad: una pareja que comparte una conexión especial, que se estremece ante la idea de lo que pudo ser, pero que finalmente reconoce que es imposible que suceda.

Lo realmente importante es la forma en que nos muestra el peso de las decisiones que tomó Nora, las que la han convertido en quien es y que hacen que sea una mujer que siempre se va para Hae Sung, pero una mujer que se queda para Arthur, su esposo norteamericano.

Y es ahí donde está, precisamente, la clave.

All you need is love

Escena íntima de Los Años Nuevos (Movistar Plus+) donde Ana (Iria del Río) y Óscar (Francesco Carril) comparten una mirada cómplice en medio de una discoteca llena de gente bailando. La imagen captura la intimidad de su relación incluso en un espacio público y ruidoso, mostrando cómo su conexión trasciende el entorno social. El contraste entre la energía del ambiente festivo y la quietud de su momento personal define la esencia de la serie.

Pensar el amor como un acontecimiento, como un producto de consumo o como un sentimiento que nace de la carencia resulta problemático, porque son formas de entenderlo que nos quitan agencia y responsabilidad.

En las narrativas del amor, este parece algo ajeno a nuestra experiencia, algo que está por encima de nosotros. Pero no es así.

Hay muchas formas de amar porque, ante todo, hay muchas decisiones que podemos tomar mientras estamos en ese puente.

Cada decisión es una forma de atravesarlo, no siempre para retener, no siempre para conservar. Seguimos siendo individuos, nuestras parejas siguen siendo individuos también.

Me gusta lo que hicieron Sorogoyen y Song, cada uno desde su punto de vista particular, porque usan el silencio, las miradas y la sutileza para desnudar al amor de toda pretensión. Lo convierten en otra cosa: no en el rayo de Cortázar, sino en una versión del amor que se conjuga en tiempo presente y que nos pide tomar decisiones.

Como escribió el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en La agonía del eros: «El amor no es posesión y dominio del otro, sino aceptación de su alteridad».

Los años nuevos y Past Lives son dos obras audiovisuales que vale la pena ver, porque nos recuerdan que el amor real, ese que vivimos y compartimos, sí se construye desde el yo, pero solo tiene sentido cuando nos bajamos el volumen para mezclarnos con el otro.

Dos puentes. Frente a frente. Tan simple como eso.

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