“Cuando canta el gallo negro, es que ya se acaba el día,
si cantara el gallo rojo, otro gallo cantaría”
«Gallo rojo, gallo negro» | Autor: Chicho Sánchez Ferlosio ‧ 1963
«El 47» es una película que nos envuelve en la importancia de lo cotidiano, en ella nos narran la historia de Manolo Vital, un conductor de autobús interpretado por Eduard Fernández, que se convierte en el emblema de la transformación en un barrio de la periferia de Barcelona.
Con una mirada íntima, esta cinta nos enseña que estamos tan acostumbrados a vivir con lo urgente que olvidamos lo esencial. Hay tanto ruido alrededor y en medio de las prisas olvidamos lo maravilloso del día a día, el agua saliendo del grifo, la luz que se enciende al pulsar un botón, o el simple hecho de subir a un autobús que nos transporte de un punto A a un punto B.
La dignidad como principio y fin, esa es la base de la cinta “El 47” dirigida por Marcel Barrena. Una producción que nos recuerda la esencia de ser humano, que nos habla de la creación de los símbolos, el trabajo que hay detrás de la transformación social y, por si fuera poco, el poder de la unión.
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La historia de “El 47”
Esta es la historia de miles de españoles que, expulsados por la guerra en sus pueblos, tuvieron que trasladarse a grandes urbes en busca de trabajo, vida, hogar y nuevas raíces, en todo caso.
La cinta se sitúa en 1958, cuando inmigrantes de Extremadura, Andalucía y Galicia y otras regiones inician la construcción de un asentamiento que, con el paso de los años, se transformaría en un ejemplo de resistencia y construcción colectiva.
Después de la guerra en España, familias y trabajadores migrantes se instalaron de forma improvisada en las afueras de Barcelona en un lugar que después de construido llamarían Torre Baró.
En este momento de posguerra donde hicieron falta las políticas de vivienda, imperó la necesidad de reconstruir lo perdido, eso fue lo que llevó a una comunidad entera a edificar sus hogares ladrillo a ladrillo con sus propias manos.



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Durante años los problemas fueron estructurales, la falta de agua potable, el asfalto en las calles, los problemas con el servicio eléctrico y el acceso en general fueron un reto para esta comunidad que se mantuvo firme buscando un lugar, buscando pertenecer.
En “El 47” se nos habla de esos derechos que damos por sentados pero que, para miles, son casi un milagro. Es allí donde el autobús de Manolo se convierte en el símbolo, en el objeto de deseo y en el derecho reclamado por una comunidad que se niega a ser invisible en una Barcelona naciente y próspera.
Esta es una cinta que replantea profundamente la forma en que entendemos los bienes y los espacios públicos, llevándonos paso a paso a cuestionar las barreras y diferencias que dividen sociedades con tantos contrastes.
La película nos confronta con la idea de que el acceso a estos recursos no es un lujo, sino un derecho fundamental que fortalece el tejido social, creando un sentido de pertenencia y empoderando a la comunidad para reclamar lo que legítimamente es suyo.
Manolo Vital encarna ese líder silencioso que, con cada trayecto, reafirma que “solo se busca lo necesario y justo”. Su compromiso va más allá de conducir un autobús; es el reflejo de una lucha por transformar la ciudad en un espacio compartido y equitativo, donde cada ciudadano tiene el derecho inalienable de ocupar y disfrutar de los bienes públicos.
“Tantos ojos que solo miran a un punto
Solo se busca, solo se quiere lo necesario y justo
No se pide más que lo que está en sus mano′
|Que se luche por la dignidad de cualquier ser humano”[El borde el mundo] Valeria Castro
El sonido de una comunidad en lucha, el sonido de una revolución
Esta no es una cinta sobre la pobreza o la carencia, todo lo contrario, este es un filme sobre lo que Torre Baró tiene a manos llenas: dignidad, la riqueza de lo social y lo colectivo y el poder transformador de la unión.
Martín Caparrós, en su columna “La palabra revolución”, señala cómo esta palabra se ha vaciado de sentido tras haber sido manoseada sin propósito y, en muchos momentos, estoy de acuerdo con él. Sin embargo, en filmes como este, la revolución recobra significado, recordándonos la esencia del cine, de la búsqueda, del mensaje y del anhelo de cambio.
En un mundo saturado de ruido y de “líderes mundiales” despeinados e irracionales que firman decretos para imponer su poder y restar derechos, es crucial encontrar en nuestros espacios el diálogo y el equilibrio para esas pequeñas revoluciones.
Desde nuestro ámbito individual gestado hacia el colectivo, es en donde aprendemos a escucharnos para construir juntos, un futuro en el que la diversidad y el entendimiento sean una base de nuestros entornos.
Es en esa fuerza colectiva donde avanzamos, tal como subió, casi milagrosamente, el autobús “El 47” por la loma de Torre Baró.
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